viernes, 29 de octubre de 2021

LOS MERCADOS EN CASARRUBIOS DEL MONTE A LO LARGO DE LA HISTORIA

 

A lo largo de la historia la población de Casarrubios del Monte llegó a ser centro comercial por los diversos mercados celebrados en la población en fechas señaladas, que llegaron a copar una actividad comercial muy diferente a la ahora conocida, haciéndola centro obligado de intercambio de productos entre las gentes de los pueblos y aldeas de los alrededores, comarca y lugares más alejados.

Las ferias o mercados, tan antiguos como la humanidad, comenzaron a organizarse en la Edad Media con los comerciantes vendiendo sus productos agolpados a las puertas de las murallas de villas o ciudades intentando cambiar o vender sus productos. Casarrubios del Monte no tardaría en crear el suyo a finales de la Baja Edad Media con la designación de la población como villa, aprovechando el lugar estratégico que ocupaba en el Camino Real, por donde pasaba cantidad de gentes y comerciantes. Quizás, pudiera ser este mercado en la ruta desde la Corte a Guadalupe, Extremadura y reino de Portugal, el que originara la proyección de la villa, atrayendo a gentes de otras poblaciones y aldeas cercanas, y menos cercanas, en muchos kilómetros a la redonda. Después de Madrid, Casarrubios del Monte era la siguiente población en importancia en el Camino Real de Extremadura, abarcando un vasto territorio entre Madrid y Torrijos o Talavera.

Según avanzaba la Edad Moderna el mercado se fue consolidando y la villa llegó a conseguir un permiso real que dio legalidad a la actividad comercial demandada por el volumen existente de gentes y comerciantes que aquí acudían, creando un mercado semanal. En total llegaron a existir tres mercados de los que intentaré hablar según la documentación consultada.



El primer mercado y más antiguo, puede que fuera el de ganados, nacido en tiempos remotos con las necesidades de los primeros pobladores en cambiar o renovar sus ganados de labor y venta de las producciones ganaderas, en el que tendría mucha influencia las ideas medievales traídas por los frailes agustinos asentados en este lugar desde el siglo XIV, y celebrado en el Campillo, entre el monasterio de agustinos y la puerta de Toledo del recinto amurallado que rodeaba la villa. Con la industrialización del campo el mercado acabó por desaparecer, llegando a ocupar un pequeño reducto en la plaza del Paradero en los últimos años de su existencia.

La necesaria comercialización de la producción de ganado lanar y de cerda, ligada desde sus orígenes a los primeros pobladores, y la necesaria renovación de los ganados de labor tras las faenas de recolección de la cosecha, llevó a la población a establecer un mercado al que acudía gran cantidad de transeúntes, tratantes, mercaderes, y ganados de la Mesta que transitaban por el Camino Real. Todo influyó para establecer un mercado que iría cobrando fama como centro comercial ganadero en la región después del de Talavera, al que pronto vendrían otros comerciantes de los alrededores y sitios alejados de Toledo, Madrid, Guadalajara o Segovia.

En el siglo XIV los ganaderos y el Concejo de la villa decidieron comprar un toro para correrlo al finalizar los días del mercado como reclamo de un mayor número gente. La idea caló, y correr el toro, o los toros, en Casarrubios del Monte, llegó a convertirse en costumbre, y dieron origen a los encierros existentes en la actualidad que gozan de ser los más antiguos, documentados, de la zona.

Con el paso de los años la afluencia de gentes venidas de todas partes al mercado y a correr los toros, propiciaron la creación de una feria-mercado a principios del siglo XVII, aprovechada por la clerecía, Concejo y condesa de Casarrubios, para instituir oficialmente las fiestas patronales.

 


 

 Habían pasado los siglos y la fama se extendió por gran parte del territorio nacional, siendo anunciado en sitios tan alejados como Valencia, quien lo publicaba en la cabecera de la prensa un 11 de septiembre de 1795.

Las grandes distancias recorridas por labradores, ganaderos y comerciantes para acudir al mercado a comprar y vender sus mercancías, da idea de la importancia de dicho mercado, al que no dejaban de gitanos acampados días antes a las afueras del pueblo esperando la celebración. En él incurrían ganados de cerda, vacuno, mular, caballar y asnal, alrededor del cual, también, se vendía todo tipo de efectos de esparto labrado, ampliado por puestos de quincalla, verduras, frutas y hortalizas, cántaros, vidriado, trillos, arreos para el ganado, zafras para el aceite, y un largo etc. Ciertos documentos, aseguraban acudir a él plateros de Madrid, Toledo, Talavera y otras partes, así, como curtidores madrileños, cuyo ámbito más cercano se les había quedado pequeño, y acudían a zonas más alejadas en busca de pieles.  

Conocido en gran parte del centro peninsular, el mercado de ganados de Casarrubios del Monte llegó a alcanzar su mayor popularidad en los siglos XVII al XIX, del que ciertos historiadores llegaron a decir de él parecerles escasa la duración de cuatro días siendo, a su juicio, necesario alargarle algo más.

A principios de 1825 Casarrubios del Monte se encontraba perteneciendo a la provincia de Madrid y daba noticia sobre sus mercados, señalando a esta población entre las que tenían ferias y mercados de cierta importancia. En 1859 se afirmaba pasar de 600 las ferias celebradas en la península, si bien de poca importancia si se exceptuaban la de Casarrubios Monte y otros veinte pueblos y ciudades de toda España, en las que se daban más intereses comerciales.

 

El segundo mercado, y el más antiguo documentado, fue el concedido durante una visita de los Reyes Católicos a Casarrubios del Monte, desconociendo si se trató de una gracia concedida por la reina a su villa, o por petición del Concejo en una audiencia concedida por su Alteza.

El 20 de abril de 1477 los Reyes Católicos concedían a la villa el privilegio de un mercado franco semanal todos los jueves del año, haciéndola sede de uno de los primeros mercados francos concedidos por los RR.CC., cuya concesión ratificarían poco tiempo después en Medina de Rioseco a instancia del Almirante de Castilla.

Los mercados francos solían ser muy pocos los existentes en los pueblos de Castilla en el siglo XV, siendo Torrijos el único pueblo de la zona que lo poseía[1]. La exención de cualquier tipo de impuestos o alcabalas a los mercados francos, eran la mejor manera de asegurar el abastecimiento a la población de ciertos productos y el consiguiente ahorro del comprador sobre cualquier tasa sobre la mercancía comprada, propiciando una mayor afluencia de comerciantes y compradores de sitios alejados como Camarena y otros lugares al otro lado del rio Guadarrama.

El privilegio iba precedido por la orden real de ser libre todo aquel que viniere a dicho mercado, no pudiendo ser preso ni excusado por ninguna deuda hasta volver a su casa, y acompañado de otras dos concesiones más firmadas en los días siguientes a la visita, muy posiblemente, “suplicado e pedido por merced” del Concejo de la villa de Casarrubios en esos días. Merced que fue acompañada de otra orden al Concejo y vecinos de La Torre de Esteban Hambran[2] en beneficio de Casarrubios, y una carta[3] autorizando ciertos derechos a sus vecinos.[4]

Con el paso del tiempo, el mercado fue modificándose en cuanto a días y lugares. Si en principio se trataba de un mercado celebrado todos los jueves en la plaza pública, donde fue trasladado el Rollo de Justicia (o Picota) desde su lugar de emplazamiento en la raya con la bailía de Olmos, para ser lugar de exposición y escarnio público de cuantos infractores eran condenados por faltas sobre pesas y medidas, con el tiempo se cambió a los sábados, variando sus mercaderías conforme según pasaban los siglos.

A mediados del siglo XVIII llegó a considerarse uno de los centros comerciales importantes de la península, del que llegaron a decir ser el mercado franco semanal de Casarrubios del Monte, donde se trajinaba con ganado de diversa procedencia[5]: Toledo, Trujillo, la Alcarria, la Mancha, etc., o el comercio que se establecía con el vino[6], pero a principios del siglo XIX la invasión francesa fue la causa y origen de la ausencia de comerciantes y gentes que concurrían a él, obligando a su desaparición igual que en otros muchos pueblos.

Años después, acogiéndose al Real decreto de 28 de septiembre de 1838, se volvió a reanudar como los de Galvez, Illescas y Ocaña, activándose las transacciones comerciales y relaciones entre sus gentes.

A él concurrían labradores y huertanos de la zona con sus productos, algunos puestos de quincallería, mimbre, botijos y cantaros de barro, hojalateros y una variedad de productos dependiendo de la época del año.

Reminiscencias de este mercado concedido por los Reyes Católicos en el siglo XV, es el que cada jueves del año se realiza en Casarrubios del Monte.

 

El tercer mercado se crea en fecha indeterminada entorno al comercio de la lana y tejidos fabricados en Casarrubios del Monte. La apreciada lana, obtenida de los grandes rebaños de miles de ovejas por los grandes ganaderos, era exportada a diversas provincias de España, entre las que se encontraban las fábricas de tejidos de Guadalajara, y los paños y lienzos fabricados en los telares de la población eran muy apreciados en gran parte de España, sobre todo, las estameñas aquí elaboradas. Todo ello hizo posible la creación de un mercado celebrado todos los años a finales de diciembre, que alcanzó su fama en el siglo XVIII, del que se hacían eco diversas publicaciones de la época. Las comunidades mercantiles catalanas y francesas decían no poder llegar a la feria de Casarrubios del Monte en la que se distribuía lino en rama y lienzo de Galicia y del Bierzo, esparto, hierro y vidriado, paños de Cameros, Segovia, Navas del Marqués y Sonseca, amén de bayetas, algodón, hilo sedas y ropas de paño basto procedentes del entorno local.

Las telas comercializadas en el mercado de Casarrubios gozaron de gran reconocimiento. En los años 1668 a 1686 se decía de ellas distinguirse por su calidad y prestigio siendo, especialmente, comercializadas las estameñas y estameñas plomadas, tejidos sencillos y ordinarios consistentes, normalmente, en telas de color negro o pardo, utilizadas para la confección de abrigos, capas y, sobre todo, hábitos religiosos, cuyo precio de la vara de estameña en la primera mitad del siglo XVIII se cotizaba a 5 reales. 

En los libros de cuentas y gastos del convento de la Santa Cruz de esta villa figuran anotaciones periódicas desde su fundación en 1634, hasta finales del siglo XVIII,  con la compra  de varias varas de estameña banca para la ropería y confección de escapularios, y parda para delantales de la cilleriza[7] y hermanas de la cocina.

 

Igual que el mercado anterior, las crónicas achacan su desaparición a la invasión francesa, quienes se apoderaron de todos los artilugios. No optante, como recuerdo de aquella industria lanera, algún viejo telar llegó a funcionar en la población en los años sesenta del siglo pasado.

La importancia de los tres mercados debido a las cuantiosas y valiosas mercancías vendidas, se debió, fundamentalmente, a estar enclavado en camino Real de Extremadura, a una etapa de Madrid que, en cualquier medio de transporte utilizados en la época, hacía forzosa una parada en Casarrubios del Monte, siendo los propios viajeros los que hablarían de él allí por donde pasaban.


Fausto Jesús Arroyo López.

 



[1] Concedido por Enrique IV.

[2] Al concejo y vecinos de la villa de Torre, a petición del concejo y vecinos de Casarrubios del Monte, ordenándoles que no entren en sus términos. Guadalupe, 05-05-1477.- RGS,147705,177.

[3] Carta a petición del concejo y vecinos de la villa de Casarrubios del Monte para que, si éstos estuvieren en posesión del derecho a cortar leña y a llevar a sus ganados a pacer en ciertos términos de dicha villa, les amparen en su posesión. Guadalupe, 05-05-1477.- RGS,147705,186

[4] Peticiones claramente realizadas por el concejo de Casarrubios a la reina en su reciente visita, y concedidas por la reina el 5 de mayo de 1477, nada más llegar a Guadalupe. Se supone que, esta tardanza de catorce días se debiera a consultarlo con sus juristas.

[5] Quizás pudiera estar errado el documento al hablar del comercio de ganados en el mercado franco de Casarrubios, debido a ser confundido con el otro mercado de ganados.

[6] Notas sobre la historia y geografía de la Sagra. No se sabe si la reseña del cronista era real, o ligeramente confundida con el mercado anual de ganados celebrado en la villa. 

[7] Monja que tenía a su cargo la mayordomía del convento.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

LA REINA ISABEL LA COTÓLICA Y EL MERCADO FRANCO SEMANAL DE CASARRUBIOS DEL MONTE

 

 EN SU 553 ANIVERSARIO DE LA PROCLAMACIÓN COMO PRINCESA HEREDERA AL TRONO DE CASTILLA

Un año más la situación actual nos impide rendir homenaje a la reina Isabel como hubiera sido nuestro deseo. Valga este artículo sobre la relación que mantuvo con Casarrubios del Monte para recordarla.


 Los amantes de nuestra historia conocerán el privilegio poseído por nuestra villa de un mercado franco semanal concedido por los Reyes Católicos todos los jueves del año. Concesión que hicieron a Casarrubios cuando muy pocos pueblos de Castilla lo poseían, por lo que merece ser estudiado y conocido en profundidad que, aunque ahora pueda parecer un hecho baladí, en la época supuso un estatus mayor de la categoría de villa, comparándolas con otras de mayor importancia.

El trabajo ha sido laborioso por no hallar el documento en cuestión o más datos con los que seguir la investigación del cómo y por qué se llevó a cabo la dicha concesión del mercado a Casarrubios del Monte. Lo primero era conocer la fecha de la firma de ese privilegio. Una vez conocida, sería más fácil saber dónde se encontraban los reyes en ese momento. Por fin se pudo dar con la fecha de la firma del documento: 20 de abril de 1477. Al buscar el lugar donde se podrían encontrar los reyes ese día, el descubrimiento fue sorprendente, ¡¡En Casarrubios del Monte!!

  A pesar de no encontrarse siempre documentadas la totalidad de las visitas realizadas por la reina, sola o acompañada, por los cronistas a nuestra villa, esta visita de tres días se encontraba perfectamente registrada, y se ajustaba a la fecha de la firma de la concesión del mercado.

Se trataba de la tercera visita que, ya como reina, Isabel de Castilla realizaba a Casarrubios del Monte. Hacía poco más de dos años de su coronación en Segovia, en plena guerra de sucesión a la corona de Castilla, la reina volvió a visitar nuestra villa acompañada de su marido el rey Fernando, dándose la circunstancia que, el rey, era hijo de doña Juana Enríquez, antigua señora de Casarrubios, villa que recibió por herencia de su madre Mariana de Ayala.

 

Los Reyes procedentes de Madrid, habían llegado a Móstoles el día 17. Al tercer día partieron tranquilamente para Casarrubios, saboreando los últimos días juntos antes de que los asuntos de estado les obligaran a separarse. Era jueves, 19 de abril de 1477. En esos tres días firmaron varios documentos[1], entre los que se encontraba la concesión a la villa de Casarrubios del Monte de un privilegio para poder celebrar un mercado franco semanal en el que serían libres todos los que vinieren a vender a este mercado, sin poder ser presos ni ejecutados por ninguna deuda hasta volver a sus casa.

Tal deferencia con nuestra villa solo podía venir por dos motivos. Una vez más, la reina tenía muy en cuenta a su villa, la que no dejó de visitar desde los dieciséis años en que, por vez primera, vino a tomar posesión de ella y, ahora, camino de Guadalupe, no iba a dejar de pasar por ella sin visitarla. En esta situación, parece ser norma, recibía al concejo de la villa cada vez que la visitaba, quienes le presentaba sus respetos y, siempre que podían, le ofrecían alguna pequeña fiesta, momento aprovechado por el concejo para solicitar algún tipo de merced o necesidad para el pueblo, por lo que parece que la concesión pudo deberse a dos cosas: una, que el privilegio concedido fuera cosa de la reina u, otra, se tratara de una petición del concejo, al que la reina accedió de inmediato y, dado que ambos, rey y reina, se encontraban en Casarrubios, la concesión fue firmada por ambos[2] el 20 de abril de 1477[3] en el trascurso de esa visita.

Esta concesión no fue la única merced concedida por la reina esos días, sino que, a los catorce días firmó una orden al concejo y vecinos de la Torre de Esteban Hambran[4] de no entrar en los términos de Casarrubios, y una carta[5] autorizando la posesión y el derecho de los vecinos de Casarrubios a cortar leña y pastar sus ganados en los términos de la villa. Peticiones claramente realizadas por el concejo de Casarrubios a la reina en su reciente visita, y concedidas por la reina el 5 de mayo de 1477, nada más llegar a Guadalupe. Se supone que, esta tardanza de catorce días se debiera a consultarlo con sus juristas.

Al finalizar la visita los reyes tenían decidido marchar para Andalucía, pero los problemas con Portugal y otros asuntos requerían la presencia de ambos y les obligaron a tomaran caminos diferentes. Los esposos se despidieron en Casarrubios el día 21 de septiembre de 1477 y, la reina, acompañada de parte del séquito tomó el camino de Talavera para dirigirse a Guadalupe a celebrar las exequias por su hermano el rey Enrique IV, cuyo cuerpo sería trasladado al monasterio de los jerónimos, y el Rey partió para Medina del Campo, desde donde marcharía al cerco de Castro Nuño y Cantalapiedra en guerra con Portugal.[6]

 

La investigación histórica nos sorprende constantemente con datos de miembros de la familia real relacionados con nuestra villa que la hacen isabelina por excelencia. La valiosa referencia encontrada en el libro de cuentas del príncipe Juan y su afición a los toros,[7] en la que entrega 992 maravedíes  a uno que esperó el toro en Casarrubios y le rompió la ropa, nos descubre la presencia del príncipe en esta villa, y asegura de que ya se corrían toros en ella en el siglo XV.

Aunque no se especifican fechas, la visita del príncipe pudo realizarse en los años previos a su fallecimiento ocurrido en 1497, aunque también pudiera haberse realizado entre este año y 1488, cuando comienzan a registrarse los gastos sobre las aficiones y juegos del príncipe.

El correr los toros era una vieja tradición casarrubiera adquirida desde antiguo con el mercado de ganados celebrado a finales del verano, (en otro artículo se hablará de los tres mercados existentes en Casarrubios del Monte) y la forma que tenía el concejo de agasajar a las ilustres visitas. La primera anotación sobre correr toros data de marzo de 1467, en las celebraciones ofrecidas en honor a la infanta Isabel cuando vino a tomar posesión de la villa.

Valga este artículo como homenaje a la reina en un año en el que no se ha podido realizar debidamente, esperando vencer la presente situación, y el próximo año podernos reunir todos: pueblo de Casarrubios del Monte con su Ayuntamiento a la cabeza, Asociación C. Princesa Isabel y Noble capítulo de Caballeros y Damas de la Reina, a rendir homenaje a esta figura de gran talla humana y política, que supo ganarse el cariño de nuestro pueblo al que siempre llevó en su corazón. Mientras tanto, hagamos nuestra su célebre frase:

No mostremos miedo ni debilidad ante la adversidad, eso nos hará más fuertes.


Fausto Jesús Arroyo López. 

[1] Anécdotas y curiosidades en la Historia de Casarrubios del Monte. - Fausto Jesús Arroyo López.

[2] Las peticiones solían realizarse a la reina por ser la poseedora de la villa.

[3] La concesión sería ratificada poco tiempo después por los RR.CC. en Medina de Rioseco a instancia del Almirante de Castilla.

[4]Al concejo y vecinos de la villa de Torre, a petición del concejo y vecinos de Casarrubios del Monte, ordenándoles que no entren en sus términos. Guadalupe, 05-05-1477.- RGS,147705,177.

[5] Carta a petición del concejo y vecinos de la villa de Casarrubios del Monte para que, si éstos estuvieren en posesión del derecho a cortar leña y a llevar a sus ganados a pacer en ciertos términos de dicha villa, les amparen en su posesión. Guadalupe, 05-05-1477.- RGS,147705,186

[6] Anécdotas y curiosidades en la historia de Casarrubios del Monte, - Fausto J. Arroyo.

[7] Cuadernos de investigación histórica: EL príncipe don Juan, heredero de los Reyes Católicos en el V centenario der su nacimiento (1478-1497)

miércoles, 1 de septiembre de 2021

LEYENDA DEL CAÑO DEL FRAILE.

 



   A escasos metros de la catedral los libreros extendían sus casetas repletas de libros usados y, siempre que podía, me gustaba hojear algún viejo volumen de los allí expuestos. Un día me llamó la atención uno de pastas azules con lomo entelado, preso entre otros muchos, lo saqué y comencé a hojearle. Editado a principios de mil ochocientos, narraba historias, leyendas y sucesos de diversos pueblos de España desde la antigüedad. La fecha de edición y el contenido me decidieron a comprarle. Con el libro bajo el brazo llegué a casa y, antes de comenzar a leerle, miré el indicé llamando mi atención la reseña: Leyenda del caño del fraile. Inmediatamente busqué la página y comencé a leer. ¡Efectivamente! Allí se encontraba una leyenda ocurrida en Casarrubios del Monte.

                

Leyenda del “Caño del Fraile”

   Cuenta la historia popular un hecho real acontecido a principios del siglo XVII en Casarrubios del Monte, pequeña villa de la provincia de Madrid, donde existía un convento de frailes tan antiguo como la declaración de villa por el rey Pedro I de Castilla, en el que habitaban poco menos de una veintena de individuos, después de que  partieran de él algunos para evangelización de las Indias y Filipinas. En el monasterio profesaba un fraile llamado Juan de Palomeque, aquejado de grandes dolores en los pies que no le permitían permanecer de pie el tiempo de la misa. Había probado toda clase de remedios y con ninguno hallaba consuelo, ni siquiera las saludables aguas de Trillo donde había ido. Un día, un anciano del lugar, viéndole quejarse de sus dolencias, le aconsejó metiera los pies en las aguas que brotaban del manantial de la parte baja del pueblo, junto a la Vega Baja. Decidido a probar, una mañana bajó hasta el manantial y lo encontró ocupado por varias mujeres lavando ropa y pensó en volver cuando el lugar estuviera solitario.


   A la mañana siguiente, tras el rezo de maitines y terminar las tareas impuestas por la regla, el fraile salió del convento y, con su caminar lento, bajó paralelo al arroyo que le llevaría hasta el manantial, pues debía estar de vuelta antes de comenzar la misa de la mañana. Al llegar al caño se quitó las sandalias, se remangó un poco el hábito, y metió los pies en el reguero formado por el agua sobrante de la pila en la que vertían sus aguas dos chorros en los que las gentes llenaban sus vasijas. Al salir comprobó un ligero bienestar y pensó que la mejoría iría a más si lo repetía con frecuencia, por lo que se propuso continuar con aquella práctica siempre que pudiera, cosa que hizo, y que con el tiempo llegó a convertirse en costumbre. 

   Cada madrugada se le veía en el caño con los pies en el agua hasta despuntar el alba y antes de que la gente comenzara a acudir a coger agua para sus casas, a abrevar sus ganados en el viejo pilón de ladrillo, o a lavar la ropa en el reguero, pues al ser la única fuente de agua potable de la que se abastecía el pueblo, no dejaría de estar concurrida el resto de la mañana.

  Los lugareños, conocedores de la presencia del fraile a esas horas en el caño, procuraban adelantar su llegada para disfrutar un rato de agradable conversación con el religioso. Su carácter afable y bondadoso atraía a más personas que, sacando algunos ratos antes de emprender las labores del campo, se dejaban caer por allí.

   Una mañana del mes de enero de 1610, no había amanecido aun cuando fray Juan salió del convento camino del caño. A esas horas el arroyo venia algo crecido después de la noche lluviosa y, pensando en la dificultad para vadearlo por la parte de abajo, decidió hacerlo por el puente de ladrillo, frente a la puerta de Toledo, que separaba el monasterio de la población. Aún se encontraban cerradas las puertas de la muralla y, tras cruzar el viejo puente, tomó el camino de ronda junto a la muralla y se adentró entre las huertas hasta alcanzar la calle que le llevaría al caño. Antes de dejar la calle y tomar el callejón que bajaba a la huerta del conde, oyó un leve quejido, maullido o lloriqueo. Giró la cabeza y solo vio una espuerta junto a la puerta de la última casa, se quedó parado un momento y volvió a escuchar lo que ahora le pareció el leve lloriqueo de una criatura. Se acercó y, en lo que la oscuridad le permitía, solo acertó ver un envoltorio dentro del capazo. Puso la mano encima y notó un ligero movimiento del que salía un imperceptible llanto. Lo descubrió un poco y pudo ver la carita de una criatura aterida de frio que, sin apenas moverse, no le quedaban fuerzas para el llanto. Se arrodilló ante la espuerta y, sacando el fardo, lo cubrió con su hábito llevándoselo al pecho en un intento de trasmitir calor a la criatura mientras llamaba insistentemente a la puerta.

   La temprana hora y el temor de quien pudiera llamar a esas horas demoraban la apertura y el fraile no podía esperar. Con la criatura en brazos echó a correr calle adelante, tan deprisa como sus doloridos pies le permitían y, cuando los vecinos abrieron, solo hallaron una vieja espuerta y una figura alejarse a toda prisa.  


   Sin apenas resuello, el fraile se arrodillo ante los chorros del manantial y, sosteniendo el envoltorio con una mano, cogió agua con la otra derramándola en la pequeña cabecita mientras pronunciando las palabras: Ego te baptizo in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti.

   Más sosegado, sujetando como podía la criatura a su pecho, y cubriendo las manitas del niño con las suyas. Volvió a subir la cuesta que separaba el caño de la casa donde fue encontrado. Allí encontró a los vecinos atónitos con la espuerta vacía sin hallar una explicación a lo ocurrido. Ante el asombro del matrimonio, el fraile entró y depositó el envoltorio sobre una mesa, expectantes los tres al contenido de aquel fardo. El fraile lo destapó para para comprobar la naturaleza y el estado de salud en que se encontraba y, al retirar los escasos harapos que la cubrían, vieron con asombro que se trataba de una niña abandonada algunas horas después de nacer por la cuerda alrededor del ombligo. El humilde matrimonio no salía de su asombro creyendo ser aquello la respuesta a sus muchas plegarias rogando a Dios la gracia de un hijo. Inmediatamente buscaron algunas ropas de abrigo con las que abrigarla e hicieran entrar en calor el diminuto cuerpecito. La mujer preparó leche de cabra rebajada para alimentarla, preguntándose cuanto tiempo llevaría sin comer la desdichada criatura.

El religioso, señalando la espuerta, les explicó la forma en que había sido hallada. Sin fuerzas, casi desnuda y helada de frio, en aquella noche invernal, temió por su vida y, al no abrirle la puerta, corrió a echarle el agua de salvación en caso de tanta necesidad. El matrimonio no podía creer lo que había sucedido y pensaron fuera aquella aparición ante su puerta un regalo de Dios y pidieron al fraile dejara la niña en su casa, a lo que el religioso accedió pensando no poderla acoger en el convento y hasta dar aviso a la justicia, quien decidiría.

Finalmente, el matrimonio pudo adoptar a la niña y, más repuesta, a los pocos días la llevaron a bautizar a la parroquia de San Andrés, donde el padre Juan la impondría los Santos Oleos por haberle echado ya el agua de salvación nada más encontrarla. En la espuerta no se halló ninguna cédula indicando dato alguno sobre la criatura, por lo que se la puso el nombre de  Esther de San Miguel.

La niña llenó de alegría a la familia de acogida desde el primer momento, quienes la criaron como a una verdadera hija. Entretanto, el fraile acudía a visitarla siempre que podía, y fue el encargado de enseñarle las primeras letras.


Fray Juan falleció siendo bastante anciano y su muerte fue muy sentida por la población, sobre todo por Esther, quien lloró la pérdida del religioso. Cada atardecer bajaba al caño a por agua donde, mientras llenaba el cántaro, podía ver en el fondo del reguero las sandalias del fraile en el mismo lugar donde fray Juan metía los pies.

Muchos de los que madrugaban a dar agua a los animales antes de despuntar el alba, camino de las faenas del campo, o las mujeres que a primeras horas acudían a lavar con grandes barreños de ropa, aseguraban seguir viendo al fraile sentado con los pies en el agua en el recodo que el arroyuelo hacía al bordear la huerta del conde antes de perderse por la vega abajo.



Toda leyenda nace de un hecho real narrado con adornos y fantasías populares según trascurre la tradición oral. Fray Juan de Palomeque fue un clérigo del convento de San Agustín, la dolencia de los pies fue verídica, y Esther de San Miguel fue hallada la madrugada de un cuatro de enero en las circunstancias y lugar que se describen. El caño siempre vinculado a la historia de Casarrubios del Monte, ha seguido abasteciendo de agua a la población durante siglos y, después de estos hechos narrados, comenzó a ser conocido como “El caño del fraile”, que aún sigue existiendo con la sombra de fray Juan presente en el lugar.


Fausto-Jesús Arroyo López.

Fotos: Sebastián Videla.





miércoles, 31 de marzo de 2021

NIÑOS DE LA TIERRA, DE LA PIEDRA, Y EXPÓSITOS, EN CASARRUBIOS DEL MONTE.

 


NIÑOS DE LA TIERRA.

A principios de la edad moderna se vivió un periodo, especialmente, duro para tantos niños que sufrieron el abandono por parte de sus padres en toda España, principalmente, a lo largo de los siglos XVI al XVIII, en los que Casarrubios del Monte no fue ajeno a ello, llegando a recibir cerca de cuatrocientos niños de padres desconocidos a los que la sociedad les denominaría como “niños de la tierra”, “niños de la piedra”, y “expósitos”.

Difícil época para muchas familias obligadas al abandono de sus hijos recién nacidos motivado, principalmente, por la falta de recursos económicos con que alimentarlos, unido a que muchos eran fruto de relaciones ilícitas, engaños y violaciones, y las vidas de estos infelices parecían no importar. En el mejor de los casos, los niños eran entregados a instituciones o familias que quisieran hacerse cargo de ellos. Criaturas inocentes que siempre llevarían la discriminación de la sociedad con el apelativo de niños de padres desconocidos, a los que les esperaba una vida difícil desde su nacimiento que no acababa con superar el abandono y la mortalidad infantil.

Casarrubios del Monte, como pueblo grande e importante en la zona, fue objetivo de muchas familias para el abandono de sus hijos que lo veían como lugar seguro donde sería acogido con seguridad, según arroja la documentación que, de una forma, o de otra, empieza hablar de un goteo incesante de niños llegados a nuestro pueblo a partir de mediados del s. XVI. El primer hallazgo del que se tiene noticias es de una niña encontrada la fría mañana del 23 de enero de 1542, cuando al ir a celebrar la primera misa de la mañana en la iglesia de San Andrés, colgada en una espuerta en las puertas de la iglesia, a la que recogieron y pudieron bautizar con el nombre de María.

Abandonados e indefensos, los recién nacidos, eran “echados” aprovechando la oscuridad de la noche, o poco antes del amanecer, buscando lugares donde pudieran ser localizados cuanto antes, siendo los más comunes los corrales, calles, la cuesta de Santa María, como ocurrió el 4 de diciembre de 1583 en que encontraron, aún con vida a un niño el que, también, consiguieron salvar de la muerte y bautizaron con el nombre de Andrés. Otros lugares preferidos eran los zaguanes, puertas y ventanas de las casas principales, como las de palacio y las de algunos clérigos, y, sobre todo, en las entradas de las iglesias, tanto en sus escaleras, como colgados dentro de espuertas de esparto. En las puertas de San Andrés se suceden los hallazgos a primeras horas de la mañana, tras las frías noches invernales de diciembre a abril. Jacinto fue un niño encontrado el 14 de febrero de 1545 a primeras horas de la mañana.

Son curiosas las anotaciones sobre estos niños asegurando “no saber de qué manera fueron hechos”, hijos de padres desconocidos a los que se les llamaría “niños de la tierra” o “hijos de la tierra”, siendo este el primer eufemismo con el que la sociedad y la Iglesia comenzaba a marginar a las inocentes criaturas.

Una vez construida la iglesia de Santa María, ocurriría otro tanto a sus puertas. Los había que entre sus ropas traían algún papel escrito indicando si estaban bautizados, el nombre de la criatura e, incluso, el nombre de los padres, sabiendo a buen seguro que no serían localizados, aunque tampoco interesaba demasiado. Siempre habría una familia dispuesta a acogerlos. Así ocurrió con la niña encontrada al amanecer del día 16 de marzo de 1657 colgando de la puerta del licenciado Pedro de Castro, cura propio de Casarrubios, con una nota diciendo estar bautizada y llamarse Ángela. O, la otra, el 18 de noviembre de 1693, que el licenciado Pedro Ruiz Valtierra, beneficiado de las parroquiales de esta villa, relata: Bajando desde mi casa hacia la parte de Santa María de esta dicha villa algo de mañana, vi a la puerta principal de la iglesia una niña que, al parecer, era recién nacida. En veintiún días de dicho mes se trajo a la iglesia y la hice los exorcismos de catecismo y bauticé subcondicione, no obstante, que traía una cédula mal formada [mal escrita] llamarse Francisca García de Santa María.  

El convento de San Agustín fue otro lugar preferido para estas fechorías. Una de ellas, ocurrida el 16 de abril de 1669 también traía una nota en la que decía estar bautizada y llamarse María Velasco Fuenlabrada.

Una mañana, cuando los criados del licenciado Montes preparaban los aperos para marchar al campo, se encontraron en el zaguán un niño al que enseguida pusieron a salvo y llamaron Pedro. Fue la mañana del 14 de febrero de 1545. El 23 de agosto de 1671 se encontraron una niña “echada” a la puerta de la ermita de San Sebastián, bien pudiera tratarse de una criatura traída por el camino Real y la dejarán nada más llegar al pueblo y desaparecieran enseguida.

Una vez encontrados, los que conseguían ser hallados con vida después de pasar la noche a la intemperie y, dependiendo de la gravedad que presentaran, enseguida se les echaba el agua de bautismo en cualquiera de las casas por peligro de muerte inminente, se daba parte a la justicia y, si el niño sobrevivía, a los pocos días era llevados a la iglesia donde se le imponía los Santos Oleos y se le hacía los exorcismos que marcaba el ritual. Como las cédulas aportadas por algunos diciendo estar bautizados no eran fiables, a todos se les bautizaba “subcondicione”, y quedaban registrados con el nombre que decía la nota, en caso de traer alguna nota, o el del santo del día. Abundando el de Andrés y María. No consta que ninguno de estos niños fuera llevado a la inclusa después de su bautismo, pues siempre había familias dispuestas a prohijarles, tuvieran descendencia, o no, debido a que la mortalidad infantil hacía temer quedarse sin ella y, siempre que la economía se lo permitía, trataban de adoptar alguno de estos niños, a los que, casi, siempre se les criaba como un hijo más, aunque no siempre ocurría así, pero que en cualquiera de los casos llegarían a ser un casarrubieros más.

A los “niños de la tierra” se sumaron una cantidad mucho mayor de niños sacados de la inclusa y traídos a criar a Casarrubios, incluyendo los que llegaban en extrañas circunstancias y de dudosa procedencia, como el traído a bautizar a San Andrés por Sebastiana López el 6 de mayo de 1585, diciendo se lo había dado una comadrona, el traído de Madrid en abril de 1662 sin saber si estaba bautizado, o la niña traída por María Hernández en agosto de 1621, diciendo se la habían dado para cuidarla, demostrando un mercadeo y descontrol total de los niños a los que les denominaría “niños de la piedra” como reminiscencia de aquel primer lugar público de abandono en Toledo.

 

NIÑOS DE LA PIEDRA

El abandono generalizado por todas partes hizo necesaria la creación de instituciones donde fueran recogidas estas criaturas, intentando evitar ser abandonados en el campo, arrojados al peligro de las fieras, ahogados en ríos, arroyos y pozos, enterrados en muladares, etc. En Toledo se había tomado por costumbre dejarlos junto a la piedra existente en la catedral, donde cuenta la leyenda que la Virgen puso sus pies para imponer la casulla a San Ildefonso, de donde comenzaron a llamar a los niños allí abandonados “de la piedra”. Situación que llevó a finales del s. XV al cardenal Mendoza, a dejar en sus mandas testamentaria bienes suficientes para construir un edificio en la ciudad imperial que acogiera y cuidara de los niños abandonados. El lugar fue llamado Hospital de la Santa Cruz de niños expósitos de Toledo, acabado de construirse a principios el s. XVI, llegó a funcionar desde 1514 a 1805 como hospicio de niños abandonados, a los cuales se les siguió llamando “de la piedra”, nombre que se extrapoló al resto de los niños de otros hospicios como el de Madrid, lugar masivo de procedencia de la mayoría delos adoptados por familias casarrubieras que acudían a la capital a conseguir un niño para cuidar, y que hasta 1647 no aparecería en los documentos de Casarrubios la palabra “expósito”, junto al fallecimiento de la niña María Simona el 1 de mayo de 1647, la que criaba Francisca Aguado, viuda de Diego Criado. 

 

NIÑOS EXPÓSITOS

Los niños sacados de estas instituciones siempre lo eran con el fin de ser criados en el seno de una familia, siendo entregados a las mujeres, cosa rara en aquel entonces, pero era la madre acogedora la responsable, pudiendo ser devueltos por esta a la inclusa, quien figuraba a cargo del niño, o de la niña. Este cuidado era una mera forma de adopción que permitía quedarse con la criatura a su cuidado, sin olvidar que de mayores aportarían un jornal a la casa, o mano de obra barata, cosa que hacía aumentar las “adopciones” en una época en la que la mortalidad infantil se sucedía a diario y amenazaba a las familias.

Había dos formas de dejar a los niños en la inclusa, abandonados o depositados por aquellos padres que presentaban documentación para una posible recuperación, pero en caso de hacerlo debían de pagar la cantidad estipulada por gastos de manutención y cuidados durante el tiempo que el niño hubiera permanecido en la institución.

La documentación consultada no arroja la totalidad de niños llegados a Casarrubios del Monte, debido a que solo se ha podido consultar parte de ella y, tratándose de una época en la que no se llevaba un control de población, hace suponer serían muchísimos más de los contabilizados en el presente documento. Habría que consultar en profundidad el registro de defunciones, donde, a buen seguro, aparece gran cantidad de niños de la tierra, de la piedra y expósitos que, llegados a Casarrubios, fallecieron aquí.

A pesar de que la mortalidad infantil alcanzó a uno de cada cuatro niños antes de cumplir el año, muchos morirían antes de alcanzar los diez, viéndose obligados a enterrar a los niños juntos, como ocurrió con niños de la piedra el 1 de enero y 20 de octubre de 1646. Muchos otros consiguieron superar esta edad y aumentar, de alguna manera, la pequeña demografía del pueblo.

El último caso documentado de estos niños fue el registrado un mes de enero de de 1874. Se trata de una “niña de la tierra”, encontrada abandonada durante la noche a la entrada del pueblo.

 

Fausto-Jesús Arroyo.