Articulo publicado en el libro de fiestas del Stmo. Cristo del Amparo de Valmojado
Fausto
J. Arroyo López
David
González Agudo
1. Orígenes y relevancia
comarcal
Los orígenes de los frailes agustinos del convento de Nuestra
Señora de Gracia en Casarrubios del Monte, parecen remontarse a la existencia
de unos caballeros de la orden del Temple que, tras la Reconquista, habían
ocupado la basílica de Santa María de Batres, junto al río Guadarrama. Tras la
disolución de la orden, algunos se convirtieron en eremitas y se integraron en
la de San Agustín. Posiblemente, por la ruina de la basílica se trasladarían a
extramuros de Casarrubios, fundando un convento en una mísera casa de la
población a finales de 1354. Una veintena de años más tarde, en 1372,
recibieron la ayuda de los señores de Casarrubios, don Diego Gómez-Pérez de
Toledo y su mujer, doña Inés de Ayala, para refundar un monasterio que habría
de albergar los sepulcros familiares del matrimonio. Esto no llegó a suceder
por producirse el fallecimiento de don Diego Gómez de Toledo antes de concluir
las obras.
El convento
contaría con una nueva ubicación, para lo cual dichos señores entregaron a fray
Juan de Ocaña unas casas. El nuevo cenobio, uno de los más antiguos de la orden
en España, era “bastante espacioso y cómodo” y contó además con la promesa de
la entrega de cierta cantidad de dinero. Ese importe no llegó pero, a cambio, el
31 de mayo de 1375, doña Inés entregó al monasterio "las casas de la
judería" de Casarrubios para que, con sus rentas, se ayudase a la
edificación del monasterio. En el momento de la donación se designó prior y se
llegó a un acuerdo con la familia Ayala para que en el monasterio hubiese doce
frailes, de los cuales al menos seis debían ser sacerdotes.
Las obras
continuaron diez años, según afirmaba don Pedro Suárez, hijo del matrimonio
benefactor, en su testamento fechado en agosto de 1383. En el documento mandaba
acabar los trabajos, para los que su padre, pidiendo ser enterrado delante del
altar mayor, había dejado 15.000 maravedíes. Con ese fin, y con lo que rindiese
toda su heredad de Tormantos, había fundado tres capellanías perpetuas por su
ánima. Don Pedro murió ese mismo año guerreando en Portugal.
En el siglo
XV, fray Alonso de Rabanal, provincial de la orden, dio una carta de hermandad
a los que ayudaran a la edificación de la iglesia del convento. Un siglo más
tarde se realizaron mejoras, que pasarían por una nueva construcción de la
iglesia que hacia 1610 se encontraba totalmente derruida. Se acometieron obras
de reconstrucción del templo y capilla por un importe de 3.600 ducados y una
duración de dos años. En 1689, la falta de dinero obligó a dictar una Real Cédula,
concediendo licencia para pedir limosna en las Indias por tiempo de seis años, para
acabar la capilla de Nuestra Señora de Gracia. Diversas bulas y privilegios,
concedidos por diversos papas, hicieron a su iglesia gozar de gran fama,
atrayendo a gentes de los alrededores. En ella se encontraba la imagen de la virgen,
que se consideraba milagrosa.
Una relación
poco conocida de “milagros” y “casos prodixiosos” de la Virgen, impresa en
1609, muestra que no sólo los casarrubieros la habían invocado en sus “males” y
“peligros”, sino también los vecinos de lugares “comarcanos”.
Iconografía
de Nuestra Señora de Gracia en una relación de milagros de 1609.
Entre los
varios prodigios que se relatan en versos -romances, quintillas y redondillas-,
existe uno referido a “una niña enferma” de garrotillo en Valmojado. Dice así:
Con garrotillo tenia
tres hijas una muger
que en Valmojado vivia,
la qual todo su querer
en la mayor puesto havia.
Mas luego, reyna escogida,
que os fue su salud pedida,
¡oh, milagro celestial!,
las dos murieron del mal
En el convento
tomaron los hábitos numerosos casarrubieros, como Hernando de Bustamante, Tomás
de Ayala, Juan de Subijana o Juan de Cepeda. También hubo hermanos de pueblos cercanos,
como fray Alonso de Méntrida, quien profesó en 1590 y marchó a Filipinas nueve
años después; en esa provincia sería elegido superior mayor. El convento sería
semillero de evangelizadores para las Indias y Filipinas, como Juan Ayllón,
Francisco de Aguirre, Pedro de Guevara, Francisco de Vara, Juan Pimentel,
Cristóbal de Osma o Gabriel González, entre otros tantos.
Los agustinos
tuvieron gran protagonismo en la historia de Casarrubios y su comarca, sobre
todo durante los veintiséis días que Felipe III estuvo en la villa, aquejado de
una grave enfermedad. Los frailes ejercían de confesores, predicadores y asistían
a los enfermos en los últimos momentos. También tuvieron a su cargo la
enseñanza de ciertas materias en la villa y, en ocasiones, ejercieron como tenientes
de cura en las parroquias de Casarrubios y las aldeas. Es el caso, por ejemplo,
de fray García Infante en Valmojado, en 1681.
En 1576 los casarrubieros
comentaban que en la villa había “sesenta clérigos y frailes, muy buenos
predicadores, naturales d’ella, aunque están ausentes muchos. El padre fray
Gabriel de Pinelo, provincial de los agustinos, y fue d’esta villa y tierra fray
Francisco Serrano, que fue algunas veces provincial de los agustinos". Más
tarde, en 1769, el monasterio era habitado por diez individuos, un donado, un
sacristán, dos criados y ocho solteros. El censo del Conde de Aranda dice haber
en él dieciséis hermanos de órdenes religiosas. Finalmente, en 1835, los
frailes abandonaron el convento debido al decreto de exclaustración de
Mendizábal.
El lugar donde se levantara el convento, junto a la iglesia de San Andrés, lo ocupa hoy el colegio público, sin apreciarse vestigio alguno que dé testimonio de la construcción de otros tiempos. La fachada principal del edificio se conservó hasta 1864, y en 1910 el edificio ya se encontraba en completa ruina, quedando sólo algún resto de sus muros. El valor arquitectónico del cenobio no debió de ser destacable, acorde con la sencillez de su interior. Su iglesia no contaba con obras de arte destacadas, a excepción de un sepulcro de mármol blanco y negro -bastante bien adornado, según cuenta Madoz en su Diccionario Geográfico- con relieves de algún mérito, colocado al lado del Evangelio, junto al altar mayor, con la siguiente inscripción:
Soli Deo honor et gloria. Aquí yace Bernardo de Oviedo
y Puelles, del Consejo de Rey N.S. Don Felipe III y IV, su secretario, y de los
descargos de las majestades cesáreas y católicas de los reyes de Castilla,
mayordomo mayor del Excmo. Sr. Don Bernardo de Sandoval y Rojas, cardenal y
arzobispo de Toledo, arcipreste de Guadalajara; primero y perpetuo patrono de
este santo convento, él y sus sucesores: murió en 1649. R.I.P.
La fama de los
agustinos se extendía por los contornos de Casarrubios. El libro de sacristía (1664) refleja las peticiones de misas de
pueblos cercanos como La Torre, Carranque, Santa Olalla, Villamanta, El Álamo,
El Viso, Cedillo, Illescas, El Prado, La Cabeza, Valmojado, Méntrida, Chozas,
Navalcarnero; y no tan cercanos, como Villamiel, Yunclillos, Magán, La Puente,
Quijorna, Recas, Torreblanca, Villaseca, Pelayos, Palomeque, Hormigos, Novés,
La Puebla, Fuenlabrada, Ugena, Ajofrín, Torrejón, Alcobendas, Polán, y hasta de
Madrid. Por tanto, era normal ver sus propiedades, repartidas por todos estos pueblos, fruto de donaciones testamentarias. Como ejemplo puede citarse
el arriendo que el prior agustino, fray Bernardo Lucio, y el procurador, fray
Francisco Sánchez, hicieron en 1755 de sus tierras y diezmos en Lominchar. Ese
año se arrendaron por nueve años a Gabriel Barrera, vecino del lugar.
2.
Patrimonio agustino en Valmojado
En 1746 los frailes agustinos elaboraron una relación de sus
propiedades rústicas en los entornos de Casarrubios y de las rentas que
obtenían de ellas[2]. El
motivo pudo ser doble: llevar un control más exhaustivo de la hacienda del
monasterio y, quizás, informar sobre sus recursos económicos para la llamada única contribución que por aquel
entonces pretendía establecer el Marqués de la Ensenada. En la citada relación
aparecen tres fórmulas distintas de cesión del patrimonio agustino: 1) censos
redimibles o al quitar; 2) censos
enfitéuticos; y 3) arrendamientos.
2.1 Censos redimibles
El primer tipo de rentas provenían de los llamados censos
redimibles o al quitar. Eran,
básicamente, préstamos con interés a través de los cuales el convento concedía
una cantidad de dinero, para los que se el prestatario tenía que hipotecar uno
o varios bienes. En su libro mayor,
los agustinos registraron una memoria con diecisiete censos redimibles que,
hacia 1746, tenía el cenobio en Casarrubios, “así como en Madrid, Navalcarnero,
Villa del Prado, Méntrida, Recas, las Ventas de Retamosa, y Valmojado”[3].
La información aparece expresada en tres columnas. La de la izquierda expresaba
el principal; la del centro, los datos del prestatario; y a la derecha estaba el
rédito o interés. De este modo, la documentación ofrece una foto fija de la
actividad crediticia del monasterio en la comarca a mediados del siglo XVIII.
2.2 Censos enfitéuticos
El segundo tipo, los censos enfitéuticos, podría considerarse como
una fórmula de cesión a perpetuidad[4].
Son una clase muy antigua de contratos, por la que, a cambio del usufructo del
terreno, el labrador pagaba anualmente al propietario una renta fija, llamada tributo, en metálico y en especie
(gallinas y, a veces, otros productos). El tributo
simbolizaba un reconocimiento del
dominio eminente del propietario sobre la heredad o finca en cuestión. No
obstante, en la práctica, ese dominio se consideraba del tomador, quien podía
venderlo o cederlo a otra persona. En ese caso, el nuevo tomador del censo debía
hacer escritura de reconocimiento.
Normalmente, el vendedor solía pagar al propietario un porcentaje (diezmo)
sobre el precio de venta.
Según la
documentación estudiada, el censo enfitéutico fue el segundo tipo de contrato
más numeroso a la hora de ceder el usufructo de las tierras del monasterio. El libro mayor de los agustinos de
Casarrubios contiene ochenta y cuatro propiedades acensuadas[5].
El tiempo para preparar este artículo nos ha limitado su estudio a fondo; tarea
que dejamos pendiente para futuros trabajos. De momento podemos decir que, de
las escrituras examinadas, las más antiguas se remontan al siglo XV[6].
De la
documentación referente a Valmojado destacamos, por ejemplo, un censo perpetuo
de cuatro maravedíes anuales contra los hijos de Roque de la Nueva, sobre un
quiñón en las eras llamadas de los Pradillos. El quiñón de sembradura tenía dos
fanegas de superficie y estaba “enfrente de la Yglesia”, lindando por ábrego
(suroeste) con las eras, por poniente con otro quiñón de la memoria de Miguel
Sánchez Sardinero, de Casarrubios, por el solano con el quiñón de Juan Alonso,
vecino de Valmojado, y por el cierzo con quiñones de este último y de Andrés
Sánchez, vecino también de esta villa. Inicialmente el quiñón habían sido dos
que después fueron deslindados. La documentación también ofrece datos sobre la
fecha en la que el clérigo Alonso López Heredero había escriturado la propiedad
a favor del monasterio, ante Francisco de Castañeda, escribano de Casarrubios.
Fue el 30 de agosto de 1625.
Examinando
documentos más antiguos y cotejando los linderos se sabe que este quiñón-frontera,
junto con otras dos tierras, había sido legado a los agustinos por Isabel Díaz
en diciembre de 1597. Con ello, la difunta valmojadeña dejó dispuesto que le
dijesen, perpetuamente, “una misa cantada con ministros y sermón el día de San
Francisco”, con un cirio encendido en el monumento[7].
Cumpliendo las mandas testamentarias, el 2 de marzo del año siguiente, el
procurador del convento, fray Antonio Godino, se desplazó a Valmojado con el
escribano de Casarrubios, con el teniente alguacil de la villa y con tres
testigos para tomar posesión del terreno. Así, tomando de la mano al
procurador, el teniente alguacil le introdujo en la finca. El fraile se paseó
por ella, “arrancando yerbas y açiendo mojones y otros autos de posesión”.
Como vemos, esta
noticia no sólo confirma una temprana relación devocional de los valmojadeños
con el monasterio, sino también el exhaustivo control en el tiempo sobre las propiedades
agustinas. De hecho, en el citado libro
mayor, más abajo, pueden encontrarse apuntes posteriores sobre los
sucesivos censatarios del mencionado quiñón. A Roque de la Nueva le siguió su
hijo, Manuel de la Nueva y Tapia, quien después se lo traspasó a su pariente,
Francisco Suárez Monroy y Camberos. De este último, pasaría más tarde a María
Manuela Delgado y Camberos, cuyo legado acabó heredando su esposo, Manuel
Monroy.
En cada apunte
es común ver advertencias de los frailes a los censatarios para que éstos
hiciesen reconocimiento de los
censos. El celo de los agustinos en el control de sus propiedades y rentas se
refleja también en un recordatorio específico al prior sobre el cuidado “de
hacer que se hagan reconocimiento de los censos”, tanto enfitéuticos como
redimibles, una vez “que pasan a nuevos poseedores”[8].
Al parecer, por aquella omisión, la comunidad tenía “perdidos muchos censos
perpetuos y diezmos”. Para ellos, convenía informar a los secretarios de Casarrubios
para que avisasen al convento “siempre que se vendan tierras o se den en dote o
se manden en testamentos, que de este modo se sabrá todo”. Asimismo, sugerían escribir
“con buena letra” todos los reconocimientos del registro, “para que puedan ser
en todo tiempo legibles”.
2.3 Arrendamientos
El tercer tipo de rentas de los agustinos eran las procedentes de
los arrendamientos. Estos contratos podrían considerarse un tipo de cesión de
la tierra a medio plazo, pues su renovación permitía revisar y actualizar la
renta. Según las primeras catas realizadas, el contrato más habitual era de
nueve años de duración. En los de arrendamiento se establecían algunas
condiciones sobre la heredad. Si ésta era de sembradura, el arrendatario
saliente, al cumplirse el último año, debía dejar la mitad de las tierras en
barbecho, para que el entrante las pudiera labrar y sembrar. La renta solía
pagarse, “puntual y enteramente”, el día de Santa María de agosto, en “trigo
bueno, limpio, seco, de dar y recibir, sin mezcla ni atención alguna”, so pena
de ejecución y costas. El contrato se recibía “a todo riesgo y ventura, de
cualquier caso fortuito del cielo o tierra, fuego, piedra, y demás vistos o no
acaecidos”[9].
Los
arrendamientos, más numerosos que los censos perpetuos (139 propiedades en
1746), parecen ser la tajada más suculenta para la hacienda agustina. Las propiedades
se repartían en nueve pueblos: El Álamo, Camarena, Casarrubios del Monte, Chozas
de Canales, Lominchar, Palomeque, Valmojado, Las Ventas de Retamosa y El Viso
de San Juan. La superficie total superaba las seiscientas cincuenta fanegas,
casi cuatrocientas (393,2) hectáreas[10],
siendo mayoritariamente tierras de sembradura, aunque también existe viñedo
(casi diez mil cepas en Casarrubios, Valmojado, El Álamo y Chozas), olivar (826
pies en Casarrubios), eras (en Casarrubios) y algunas cercas (en Valmojado).
Los frailes de
Casarrubios arrendaban en Valmojado veintiocho propiedades, un 20 por ciento
del total. La superficie rondaba las ciento cincuenta fanegas (83,3 hectáreas)
y suponía un porcentaje (21 por ciento) cercano al del número de propiedades. La
mayor parte eran tierras y quiñones de sembradura en Valdepuerco, La Nava,
Moratejo, Cañada Real, Cerro Alto, Las Veguillas, Cerro de las Vacas, Camino de
Méntrida, Ejido, Valdevaquillas, los Pradillos, Prado Tejedor, Valdeoro,
Portillo de Villamanta y Cruz del Retal. También poseían una viña de
seiscientas ochenta cepas en Valdeniebla, con dos fanegas de tierra calma “por
cabeceras”. Por último, tenían cuatro cercas en el pueblo: una con tres olivas
en el camino de Méntrida; otra entre la calle Real “que va del pozo del concejo
al Barrio Alto” y el “camino que llaman Charco Caño”; otra de tres celemines que
lindaba con el citado camino y el de Méntrida; y otra cerca de un celemín que
fue solar de casa, en el Barrio Alto.
Varias
propiedades valmojadeñas, como otras, habían pasado al patrimonio conventual al
ejecutarse las hipotecas que algunos censatarios, incapaces de pagar los
réditos, tenían sobre ellas. Otras acabarían siendo vendidas por los agustinos
a vecinos del pueblo años después de la Guerra de la Independencia. Por
ejemplo, dos quiñones en los Pradillos serían comprados, en 1819, por Teresa
López y Dionisio Sánchez-Garnica, respectivamente. Este último, en el mismo
año, compraría también otra tierra de dos fanegas en Valdevaquillas.
[1] Biblioteca Nacional de España (B. N.
E.), R/1733.
[2] Se trata del llamado Libro de Mayor de toda la hacienda que tiene
este convento de Nuestra Señora de Graçia de Nuestro Señor San Agustin.
Archivo Histórico Nacional (A.H.N.), Clero, libros, 14956. También disfrutaban
de otros derechos, como los procedentes de juros en el almojarifazgo de
Sevilla, en Toledo, en Ocaña, en El Viso y Carranque, o la leña del Real Sitio
de Aranjuez.
[3] La documentación alude a una
distribución geográfica de los censos redimibles algo diferente: Casarrubios,
3; Madrid, 4; Méntrida, 1; Recas, 1; Las Ventas, 1; Valmojado, 4; Cedillo, 2; y
Lominchar, 1, A. H. N., Clero, libros, 14956, fols. 4-31.
[4] Sobre los censos, Ballester Martínez,
Adolfo (2005-2006), “Los censos: concepto y naturaleza”, en Espacio, Tiempo y Forma, serie IV, Historia
Moderna, t. 18-19, pp. 35-50.
[6] La más antigua de las primeras
veintitrés analizadas se corresponde con una huerta en la Solanilla, en
Casarrubios, colindante con el arroyo del Arenal, “por las carnicerías”. Pasó
al patrimonio del cenobio el 18 de julio de 1478. Otorgó la escritura Alonso
García, ante el, entonces, escribano Juan de Frías, A.H.N., Clero, libros,
14956.
[7] A. H. N., Clero, legs., 7165-7166.
[8] A. H. N., Clero, libros, 14956, fol. 2.
[9] A. H. N., Clero, legs. 7165-7166.
[10] La aranzada es la medida de superficie
para el viñedo y equivale a 400 estadales cuadrados castellanos, es decir,
4.471,9284 metros cuadrados. Por su parte, la fanega es la medida de superficie
para las tierras de cereal. Las Respuestas
Generales del Catastro de Ensenada en Valmojado dicen que en el pueblo se
utilizaba la fanega de 600 estadales, que equivalía a 5.651,25 metros
cuadrados. Sobre medidas en la región toledana, Cobo Ávila, Jesús
(1991), “Introducción”, en Marcos Burriel, Andrés, Informe de la Ciudad de Toledo al Consejo de Castilla sobre igualación
de pesos y medidas, Toledo, Diputación Provincial de Toledo, pp. 38-39.
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