domingo, 13 de enero de 2019

LOS AGUSTINOS DE CASARRUBIOS DEL MONTE Y SU RELACIÓN CON VALMOJADO


           Articulo publicado en el libro de fiestas del Stmo. Cristo del Amparo de Valmojado

Por                                
Fausto J. Arroyo López
David González Agudo


1. Orígenes y relevancia comarcal

   Los orígenes de los frailes agustinos del convento de Nuestra Señora de Gracia en Casarrubios del Monte, parecen remontarse a la existencia de unos caballeros de la orden del Temple que, tras la Reconquista, habían ocupado la basílica de Santa María de Batres, junto al río Guadarrama. Tras la disolución de la orden, algunos se convirtieron en eremitas y se integraron en la de San Agustín. Posiblemente, por la ruina de la basílica se trasladarían a extramuros de Casarrubios, fundando un convento en una mísera casa de la población a finales de 1354. Una veintena de años más tarde, en 1372, recibieron la ayuda de los señores de Casarrubios, don Diego Gómez-Pérez de Toledo y su mujer, doña Inés de Ayala, para refundar un monasterio que habría de albergar los sepulcros familiares del matrimonio. Esto no llegó a suceder por producirse el fallecimiento de don Diego Gómez de Toledo antes de concluir las obras.
   El convento contaría con una nueva ubicación, para lo cual dichos señores entregaron a fray Juan de Ocaña unas casas. El nuevo cenobio, uno de los más antiguos de la orden en España, era “bastante espacioso y cómodo” y contó además con la promesa de la entrega de cierta cantidad de dinero. Ese importe no llegó pero, a cambio, el 31 de mayo de 1375, doña Inés entregó al monasterio "las casas de la judería" de Casarrubios para que, con sus rentas, se ayudase a la edificación del monasterio. En el momento de la donación se designó prior y se llegó a un acuerdo con la familia Ayala para que en el monasterio hubiese doce frailes, de los cuales al menos seis debían ser sacerdotes.
               Las obras continuaron diez años, según afirmaba don Pedro Suárez, hijo del matrimonio benefactor, en su testamento fechado en agosto de 1383. En el documento mandaba acabar los trabajos, para los que su padre, pidiendo ser enterrado delante del altar mayor, había dejado 15.000 maravedíes. Con ese fin, y con lo que rindiese toda su heredad de Tormantos, había fundado tres capellanías perpetuas por su ánima. Don Pedro murió ese mismo año guerreando en Portugal.
   En el siglo XV, fray Alonso de Rabanal, provincial de la orden, dio una carta de hermandad a los que ayudaran a la edificación de la iglesia del convento. Un siglo más tarde se realizaron mejoras, que pasarían por una nueva construcción de la iglesia que hacia 1610 se encontraba totalmente derruida. Se acometieron obras de reconstrucción del templo y capilla por un importe de 3.600 ducados y una duración de dos años. En 1689, la falta de dinero obligó a dictar una Real Cédula, concediendo licencia para pedir limosna en las Indias por tiempo de seis años, para acabar la capilla de Nuestra Señora de Gracia. Diversas bulas y privilegios, concedidos por diversos papas, hicieron a su iglesia gozar de gran fama, atrayendo a gentes de los alrededores. En ella se encontraba la imagen de la virgen, que se  consideraba milagrosa.
   Una relación poco conocida de “milagros” y “casos prodixiosos” de la Virgen, impresa en 1609, muestra que no sólo los casarrubieros la habían invocado en sus “males” y “peligros”, sino también los vecinos de lugares “comarcanos”.


Iconografía de Nuestra Señora de Gracia en una relación de milagros de 1609.

   Entre los varios prodigios que se relatan en versos -romances, quintillas y redondillas-, existe uno referido a “una niña enferma” de garrotillo en Valmojado. Dice así:

Con garrotillo tenia
tres hijas una muger
que en Valmojado vivia,
la qual todo su querer
en la mayor puesto havia.
Mas luego, reyna escogida,
que os fue su salud pedida,
¡oh, milagro celestial!,
las dos murieron del mal
y a la mayor distes vida[1].

    En el convento tomaron los hábitos numerosos casarrubieros, como Hernando de Bustamante, Tomás de Ayala, Juan de Subijana o Juan de Cepeda. También hubo hermanos de pueblos cercanos, como fray Alonso de Méntrida, quien profesó en 1590 y marchó a Filipinas nueve años después; en esa provincia sería elegido superior mayor. El convento sería semillero de evangelizadores para las Indias y Filipinas, como Juan Ayllón, Francisco de Aguirre, Pedro de Guevara, Francisco de Vara, Juan Pimentel, Cristóbal de Osma o Gabriel González, entre otros tantos.
   Los agustinos tuvieron gran protagonismo en la historia de Casarrubios y su comarca, sobre todo durante los veintiséis días que Felipe III estuvo en la villa, aquejado de una grave enfermedad. Los frailes ejercían de confesores, predicadores y asistían a los enfermos en los últimos momentos. También tuvieron a su cargo la enseñanza de ciertas materias en la villa y, en ocasiones, ejercieron como tenientes de cura en las parroquias de Casarrubios y las aldeas. Es el caso, por ejemplo, de fray García Infante en Valmojado, en 1681.
   En 1576 los casarrubieros comentaban que en la villa había “sesenta clérigos y frailes, muy buenos predicadores, naturales d’ella, aunque están ausentes muchos. El padre fray Gabriel de Pinelo, provincial de los agustinos, y fue d’esta villa y tierra fray Francisco Serrano, que fue algunas veces provincial de los agustinos". Más tarde, en 1769, el monasterio era habitado por diez individuos, un donado, un sacristán, dos criados y ocho solteros. El censo del Conde de Aranda dice haber en él dieciséis hermanos de órdenes religiosas. Finalmente, en 1835, los frailes abandonaron el convento debido al decreto de exclaustración de Mendizábal.
   
   El lugar donde se levantara el convento, junto a la iglesia de San Andrés, lo ocupa hoy el colegio público, sin apreciarse vestigio alguno que dé testimonio de la construcción de otros tiempos. La fachada principal del edificio se conservó hasta 1864, y en 1910 el edificio ya se encontraba en completa ruina, quedando sólo algún resto de sus muros. El valor arquitectónico del cenobio no debió de ser destacable, acorde con la sencillez de su interior. Su iglesia no contaba con obras de arte destacadas, a excepción de un sepulcro de mármol blanco y negro -bastante bien adornado, según cuenta Madoz en su Diccionario Geográfico- con relieves de algún mérito, colocado al lado del Evangelio, junto al altar mayor, con la siguiente inscripción:
              
Soli Deo honor et gloria. Aquí yace Bernardo de Oviedo y Puelles, del Consejo de Rey N.S. Don Felipe III y IV, su secretario, y de los descargos de las majestades cesáreas y católicas de los reyes de Castilla, mayordomo mayor del Excmo. Sr. Don Bernardo de Sandoval y Rojas, cardenal y arzobispo de Toledo, arcipreste de Guadalajara; primero y perpetuo patrono de este santo convento, él y sus sucesores: murió en 1649. R.I.P.

   La fama de los agustinos se extendía por los contornos de Casarrubios. El libro de sacristía (1664) refleja las peticiones de misas de pueblos cercanos como La Torre, Carranque, Santa Olalla, Villamanta, El Álamo, El Viso, Cedillo, Illescas, El Prado, La Cabeza, Valmojado, Méntrida, Chozas, Navalcarnero; y no tan cercanos, como Villamiel, Yunclillos, Magán, La Puente, Quijorna, Recas, Torreblanca, Villaseca, Pelayos, Palomeque, Hormigos, Novés, La Puebla, Fuenlabrada, Ugena, Ajofrín, Torrejón, Alcobendas, Polán, y hasta de Madrid. Por tanto, era normal ver sus propiedades,  repartidas por todos estos pueblos, fruto de donaciones testamentarias. Como ejemplo puede citarse el arriendo que el prior agustino, fray Bernardo Lucio, y el procurador, fray Francisco Sánchez, hicieron en 1755 de sus tierras y diezmos en Lominchar. Ese año se arrendaron por nueve años a Gabriel Barrera, vecino del lugar.

2. Patrimonio agustino en Valmojado

   En 1746 los frailes agustinos elaboraron una relación de sus propiedades rústicas en los entornos de Casarrubios y de las rentas que obtenían de ellas[2]. El motivo pudo ser doble: llevar un control más exhaustivo de la hacienda del monasterio y, quizás, informar sobre sus recursos económicos para la llamada única contribución que por aquel entonces pretendía establecer el Marqués de la Ensenada. En la citada relación aparecen tres fórmulas distintas de cesión del patrimonio agustino: 1) censos redimibles o al quitar; 2) censos enfitéuticos; y 3) arrendamientos.

2.1 Censos redimibles

   El primer tipo de rentas provenían de los llamados censos redimibles o al quitar. Eran, básicamente, préstamos con interés a través de los cuales el convento concedía una cantidad de dinero, para los que se el prestatario tenía que hipotecar uno o varios bienes. En su libro mayor, los agustinos registraron una memoria con diecisiete censos redimibles que, hacia 1746, tenía el cenobio en Casarrubios, “así como en Madrid, Navalcarnero, Villa del Prado, Méntrida, Recas, las Ventas de Retamosa, y Valmojado”[3]. La información aparece expresada en tres columnas. La de la izquierda expresaba el principal; la del centro, los datos del prestatario; y a la derecha estaba el rédito o interés. De este modo, la documentación ofrece una foto fija de la actividad crediticia del monasterio en la comarca a mediados del siglo XVIII.

2.2 Censos enfitéuticos

   El segundo tipo, los censos enfitéuticos, podría considerarse como una fórmula de cesión a perpetuidad[4]. Son una clase muy antigua de contratos, por la que, a cambio del usufructo del terreno, el labrador pagaba anualmente al propietario una renta fija, llamada tributo, en metálico y en especie (gallinas y, a veces, otros productos). El tributo simbolizaba un reconocimiento del dominio eminente del propietario sobre la heredad o finca en cuestión. No obstante, en la práctica, ese dominio se consideraba del tomador, quien podía venderlo o cederlo a otra persona. En ese caso, el nuevo tomador del censo debía hacer escritura de reconocimiento. Normalmente, el vendedor solía pagar al propietario un porcentaje (diezmo) sobre el precio de venta.
   Según la documentación estudiada, el censo enfitéutico fue el segundo tipo de contrato más numeroso a la hora de ceder el usufructo de las tierras del monasterio. El libro mayor de los agustinos de Casarrubios contiene ochenta y cuatro propiedades acensuadas[5]. El tiempo para preparar este artículo nos ha limitado su estudio a fondo; tarea que dejamos pendiente para futuros trabajos. De momento podemos decir que, de las escrituras examinadas, las más antiguas se remontan al siglo XV[6].
   De la documentación referente a Valmojado destacamos, por ejemplo, un censo perpetuo de cuatro maravedíes anuales contra los hijos de Roque de la Nueva, sobre un quiñón en las eras llamadas de los Pradillos. El quiñón de sembradura tenía dos fanegas de superficie y estaba “enfrente de la Yglesia”, lindando por ábrego (suroeste) con las eras, por poniente con otro quiñón de la memoria de Miguel Sánchez Sardinero, de Casarrubios, por el solano con el quiñón de Juan Alonso, vecino de Valmojado, y por el cierzo con quiñones de este último y de Andrés Sánchez, vecino también de esta villa. Inicialmente el quiñón habían sido dos que después fueron deslindados. La documentación también ofrece datos sobre la fecha en la que el clérigo Alonso López Heredero había escriturado la propiedad a favor del monasterio, ante Francisco de Castañeda, escribano de Casarrubios. Fue el 30 de agosto de 1625.
   Examinando documentos más antiguos y cotejando los linderos se sabe que este quiñón-frontera, junto con otras dos tierras, había sido legado a los agustinos por Isabel Díaz en diciembre de 1597. Con ello, la difunta valmojadeña dejó dispuesto que le dijesen, perpetuamente, “una misa cantada con ministros y sermón el día de San Francisco”, con un cirio encendido en el monumento[7]. Cumpliendo las mandas testamentarias, el 2 de marzo del año siguiente, el procurador del convento, fray Antonio Godino, se desplazó a Valmojado con el escribano de Casarrubios, con el teniente alguacil de la villa y con tres testigos para tomar posesión del terreno. Así, tomando de la mano al procurador, el teniente alguacil le introdujo en la finca. El fraile se paseó por ella, “arrancando yerbas y açiendo mojones y otros autos de posesión”.
   Como vemos, esta noticia no sólo confirma una temprana relación devocional de los valmojadeños con el monasterio, sino también el exhaustivo control en el tiempo sobre las propiedades agustinas. De hecho, en el citado libro mayor, más abajo, pueden encontrarse apuntes posteriores sobre los sucesivos censatarios del mencionado quiñón. A Roque de la Nueva le siguió su hijo, Manuel de la Nueva y Tapia, quien después se lo traspasó a su pariente, Francisco Suárez Monroy y Camberos. De este último, pasaría más tarde a María Manuela Delgado y Camberos, cuyo legado acabó heredando su esposo, Manuel Monroy.
   En cada apunte es común ver advertencias de los frailes a los censatarios para que éstos hiciesen reconocimiento de los censos. El celo de los agustinos en el control de sus propiedades y rentas se refleja también en un recordatorio específico al prior sobre el cuidado “de hacer que se hagan reconocimiento de los censos”, tanto enfitéuticos como redimibles, una vez “que pasan a nuevos poseedores”[8]. Al parecer, por aquella omisión, la comunidad tenía “perdidos muchos censos perpetuos y diezmos”. Para ellos, convenía informar a los secretarios de Casarrubios para que avisasen al convento “siempre que se vendan tierras o se den en dote o se manden en testamentos, que de este modo se sabrá todo”. Asimismo, sugerían escribir “con buena letra” todos los reconocimientos del registro, “para que puedan ser en todo tiempo legibles”.

2.3 Arrendamientos

   El tercer tipo de rentas de los agustinos eran las procedentes de los arrendamientos. Estos contratos podrían considerarse un tipo de cesión de la tierra a medio plazo, pues su renovación permitía revisar y actualizar la renta. Según las primeras catas realizadas, el contrato más habitual era de nueve años de duración. En los de arrendamiento se establecían algunas condiciones sobre la heredad. Si ésta era de sembradura, el arrendatario saliente, al cumplirse el último año, debía dejar la mitad de las tierras en barbecho, para que el entrante las pudiera labrar y sembrar. La renta solía pagarse, “puntual y enteramente”, el día de Santa María de agosto, en “trigo bueno, limpio, seco, de dar y recibir, sin mezcla ni atención alguna”, so pena de ejecución y costas. El contrato se recibía “a todo riesgo y ventura, de cualquier caso fortuito del cielo o tierra, fuego, piedra, y demás vistos o no acaecidos”[9].
   Los arrendamientos, más numerosos que los censos perpetuos (139 propiedades en 1746), parecen ser la tajada más suculenta para la hacienda agustina. Las propiedades se repartían en nueve pueblos: El Álamo, Camarena, Casarrubios del Monte, Chozas de Canales, Lominchar, Palomeque, Valmojado, Las Ventas de Retamosa y El Viso de San Juan. La superficie total superaba las seiscientas cincuenta fanegas, casi cuatrocientas (393,2) hectáreas[10], siendo mayoritariamente tierras de sembradura, aunque también existe viñedo (casi diez mil cepas en Casarrubios, Valmojado, El Álamo y Chozas), olivar (826 pies en Casarrubios), eras (en Casarrubios) y algunas cercas (en Valmojado).
   Los frailes de Casarrubios arrendaban en Valmojado veintiocho propiedades, un 20 por ciento del total. La superficie rondaba las ciento cincuenta fanegas (83,3 hectáreas) y suponía un porcentaje (21 por ciento) cercano al del número de propiedades. La mayor parte eran tierras y quiñones de sembradura en Valdepuerco, La Nava, Moratejo, Cañada Real, Cerro Alto, Las Veguillas, Cerro de las Vacas, Camino de Méntrida, Ejido, Valdevaquillas, los Pradillos, Prado Tejedor, Valdeoro, Portillo de Villamanta y Cruz del Retal. También poseían una viña de seiscientas ochenta cepas en Valdeniebla, con dos fanegas de tierra calma “por cabeceras”. Por último, tenían cuatro cercas en el pueblo: una con tres olivas en el camino de Méntrida; otra entre la calle Real “que va del pozo del concejo al Barrio Alto” y el “camino que llaman Charco Caño”; otra de tres celemines que lindaba con el citado camino y el de Méntrida; y otra cerca de un celemín que fue solar de casa, en el Barrio Alto.
   Varias propiedades valmojadeñas, como otras, habían pasado al patrimonio conventual al ejecutarse las hipotecas que algunos censatarios, incapaces de pagar los réditos, tenían sobre ellas. Otras acabarían siendo vendidas por los agustinos a vecinos del pueblo años después de la Guerra de la Independencia. Por ejemplo, dos quiñones en los Pradillos serían comprados, en 1819, por Teresa López y Dionisio Sánchez-Garnica, respectivamente. Este último, en el mismo año, compraría también otra tierra de dos fanegas en Valdevaquillas.



[1] Biblioteca Nacional de España (B. N. E.), R/1733.
[2] Se trata del llamado Libro de Mayor de toda la hacienda que tiene este convento de Nuestra Señora de Graçia de Nuestro Señor San Agustin. Archivo Histórico Nacional (A.H.N.), Clero, libros, 14956. También disfrutaban de otros derechos, como los procedentes de juros en el almojarifazgo de Sevilla, en Toledo, en Ocaña, en El Viso y Carranque, o la leña del Real Sitio de Aranjuez.
[3] La documentación alude a una distribución geográfica de los censos redimibles algo diferente: Casarrubios, 3; Madrid, 4; Méntrida, 1; Recas, 1; Las Ventas, 1; Valmojado, 4; Cedillo, 2; y Lominchar, 1, A. H. N., Clero, libros, 14956, fols. 4-31.
[4] Sobre los censos, Ballester Martínez, Adolfo (2005-2006), “Los censos: concepto y naturaleza”, en Espacio, Tiempo y Forma, serie IV, Historia Moderna, t. 18-19, pp. 35-50.
[5] A. H. N., Clero, libros, 14956, fols. 32-120.
[6] La más antigua de las primeras veintitrés analizadas se corresponde con una huerta en la Solanilla, en Casarrubios, colindante con el arroyo del Arenal, “por las carnicerías”. Pasó al patrimonio del cenobio el 18 de julio de 1478. Otorgó la escritura Alonso García, ante el, entonces, escribano Juan de Frías, A.H.N., Clero, libros, 14956.
[7] A. H. N., Clero, legs., 7165-7166.
[8] A. H. N., Clero, libros, 14956, fol. 2.
[9] A. H. N., Clero, legs. 7165-7166.
[10] La aranzada es la medida de superficie para el viñedo y equivale a 400 estadales cuadrados castellanos, es decir, 4.471,9284 metros cuadrados. Por su parte, la fanega es la medida de superficie para las tierras de cereal. Las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada en Valmojado dicen que en el pueblo se utilizaba la fanega de 600 estadales, que equivalía a 5.651,25 metros cuadrados. Sobre medidas en la región toledana, Cobo Ávila, Jesús (1991), “Introducción”, en Marcos Burriel, Andrés, Informe de la Ciudad de Toledo al Consejo de Castilla sobre igualación de pesos y medidas, Toledo, Diputación Provincial de Toledo, pp. 38-39.


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