Con el paso de los años los casarrubieros hemos visto como las campanas con sus sonidos han ido marcado los acontecimientos sociales de nuestras vidas. Sus sonidos nos han convocado a eventos civiles y religiosos y, a veces, con su tañido desesperado nos ha reunido para hacer frente a los acontecimientos adversos pero, igualmente, como si de un peligro se tratara, las campanas de las cuatro iglesias, San Andrés, Santa María, convento de Agustinos y Bernardas, anunciaron a la población el abandono de Madrid por las tropas francesas. A lo largo de la historia llamaron a consejo a las buenas gentes de la villa para dilucidar sobre asuntos importantes como cambio de señor o elecciones de cargos concejiles. Sus tañidos solamente estuvieron prohibidos los veintiséis días que S. M. el rey Felipe III permaneció en nuestra villa aquejado de una enfermedad que le tuvo al borde de la muerte. Incluso, la joven campana del reloj, que con su sonido monótono ha venido marcando el ritmo de la vida de los lugareños y el momento de “echar la patata al cocido”. Tanto las hemos oído que podríamos reconocerlas por lejos que nos encontremos pero, poco o nada sabemos de ellas, por lo que, sin subir al campanario, intentaremos acercarnos a través de algunos documentos encontrados.
Desaparecidas las que en otros tiempos ocuparon la “Torre Mocha”, en la antigua iglesia de San Andrés, quedan las que hubiera en el convento de frailes de San Agustín que, muy posiblemente, sean las que hoy se encuentren en la ermita, haciendo compañía a las del convento de las Bernardas y a las de la iglesia de Santa María. De estas últimas nos ocuparemos.
Concluida la torre, las campanas fueron encargándose según los fondos lo permitían y colocándose a medida que avanzaban las obras del templo. La campana grande se subió el 20 de diciembre de 1572. Con un peso de “diecisiete quintales y arroba y media”, ocupa la cara de la torre que da a la plaza.
Por la escritura de una de ellas, sabemos que fueron mandadas construir al maestro campanero Manuel de Cabañas, vecino de la localidad de Cenicientos. La campana debía ser de hasta ocho quintales, una arroba o dos, más o menos, y su precio sería a razón de cinco reales cada libra que pesare, por la que, además, se le había de dar un carro de leña de encina y dos cargas de leña de pino o madera de pino viejo. El contrato fue firmado en Casarrubios el 26 de febrero de 1630.
La campana se realizó en los meses siguientes, pues el 4 de mayo en Toledo, Manuel Cabañas hizo cesión del cobro a Baltasar de la Cruz, latonero y vecino de esa ciudad, para que pudiera cobrar de la Iglesia de Santa María de Casarrubios 1.500 reales de la campana que había hecho. A su vez, Baltasar de la Cruz hizo cesión de este derecho a Nicolás Suárez. Finalmente fue un apoderado de la viuda de este, doña Constanza de Ortiz, quien cobró y entregó la carta de pago el 15 de enero de 1631.
A finales del siglo XVII la iglesia de Santa María sólo contaba con tres campanas que fueron bendecidas por el obispo auxiliar de Toledo, Ilmo. Señor Dr. D. Alonso de Santa Cruz, obispo de Methones, en una visita pastoral que realizó a Casarrubios del Monte el 24 de agosto del año 1683. El obispo era tío paterno de Alonso Santa Cruz del Rincón, nacido en Casarrubios y oficial del tribunal de la inquisición de Valladolid, con quien a veces la historia confunde al hablar de tío y sobrino.
A las cinco de la tarde el obispo llegó al altar mayor, donde se vistió de pontifical con mitra y báculo y, con la cruz, clero y mucho acompañamiento, se dirigieron en procesión hasta la torre de la iglesia. Lo angosto de la escalera no debió permitir la subida más que de los testigos y gente principal, entre los que se encontraban munícipes y clérigos de la villa. Como diacono actuó el Rvdo. D. Nicolás de Espinosa Rivadeneira, Comisario del Sto. Oficio y cura propio y natural de Casarrubios. Su Ilustrísima bendijo con especial y solemne ritual las tres campanas que a la sazón tenía la torre acompañado de muchos testigos.
Entre otros ritos, el ceremonial consistió en el lavado simbólico de las campanas con agua bendita y posterior secado, la unción con los Santos Oleos y esparcimiento del humo del incensario en el interior de ellas. La ceremonia continuó volviendo la procesión al altar mayor cantando el salmo “intravit Iesus inquo ddam castellum”, que era el que en tales solemnidades disponía el Pontifical. Por último, Su Ilustrísima besó el Evangelio y dio por finalizada la función.
La campana que mira a la capilla mayor de dicha iglesia, o a las “Cuatro Calles”, se consagró y dedicó a Santa María, titular de la Iglesia. La campana mayor que mira a la plaza o poniente, fue dedicada a honra del glorioso San Andrés Apóstol, patrono de la villa, y la campana que mira a la parte de la iglesia de San Andrés, “entre solano y abrigo”, se dedicó y consagró a honra del apóstol San Pedro, a la gloriosa Santa Teresa de Jesús, advocación del cura titular, y a la del apóstol San Bartolomé, por ser en su día dicha consagración.
La cuarta campana parece proceder de la desaparecida iglesia de San Andrés, por lo que debió colocarse a mediados del siglo XIX. En ese tiempo la economía no permitía gastar en un yugo de madera que igualara a las demás y la colocaron en un simple madero incrustado en los muros. Esta campana es más pequeña que las demás y en tiempos se utilizó para dar “la señal” o avisar a la feligresía del comienzo de los actos litúrgicos.
F.-Jesús Arroyo López.
Desaparecidas las que en otros tiempos ocuparon la “Torre Mocha”, en la antigua iglesia de San Andrés, quedan las que hubiera en el convento de frailes de San Agustín que, muy posiblemente, sean las que hoy se encuentren en la ermita, haciendo compañía a las del convento de las Bernardas y a las de la iglesia de Santa María. De estas últimas nos ocuparemos.
Concluida la torre, las campanas fueron encargándose según los fondos lo permitían y colocándose a medida que avanzaban las obras del templo. La campana grande se subió el 20 de diciembre de 1572. Con un peso de “diecisiete quintales y arroba y media”, ocupa la cara de la torre que da a la plaza.
Por la escritura de una de ellas, sabemos que fueron mandadas construir al maestro campanero Manuel de Cabañas, vecino de la localidad de Cenicientos. La campana debía ser de hasta ocho quintales, una arroba o dos, más o menos, y su precio sería a razón de cinco reales cada libra que pesare, por la que, además, se le había de dar un carro de leña de encina y dos cargas de leña de pino o madera de pino viejo. El contrato fue firmado en Casarrubios el 26 de febrero de 1630.
La campana se realizó en los meses siguientes, pues el 4 de mayo en Toledo, Manuel Cabañas hizo cesión del cobro a Baltasar de la Cruz, latonero y vecino de esa ciudad, para que pudiera cobrar de la Iglesia de Santa María de Casarrubios 1.500 reales de la campana que había hecho. A su vez, Baltasar de la Cruz hizo cesión de este derecho a Nicolás Suárez. Finalmente fue un apoderado de la viuda de este, doña Constanza de Ortiz, quien cobró y entregó la carta de pago el 15 de enero de 1631.
A finales del siglo XVII la iglesia de Santa María sólo contaba con tres campanas que fueron bendecidas por el obispo auxiliar de Toledo, Ilmo. Señor Dr. D. Alonso de Santa Cruz, obispo de Methones, en una visita pastoral que realizó a Casarrubios del Monte el 24 de agosto del año 1683. El obispo era tío paterno de Alonso Santa Cruz del Rincón, nacido en Casarrubios y oficial del tribunal de la inquisición de Valladolid, con quien a veces la historia confunde al hablar de tío y sobrino.
A las cinco de la tarde el obispo llegó al altar mayor, donde se vistió de pontifical con mitra y báculo y, con la cruz, clero y mucho acompañamiento, se dirigieron en procesión hasta la torre de la iglesia. Lo angosto de la escalera no debió permitir la subida más que de los testigos y gente principal, entre los que se encontraban munícipes y clérigos de la villa. Como diacono actuó el Rvdo. D. Nicolás de Espinosa Rivadeneira, Comisario del Sto. Oficio y cura propio y natural de Casarrubios. Su Ilustrísima bendijo con especial y solemne ritual las tres campanas que a la sazón tenía la torre acompañado de muchos testigos.
Entre otros ritos, el ceremonial consistió en el lavado simbólico de las campanas con agua bendita y posterior secado, la unción con los Santos Oleos y esparcimiento del humo del incensario en el interior de ellas. La ceremonia continuó volviendo la procesión al altar mayor cantando el salmo “intravit Iesus inquo ddam castellum”, que era el que en tales solemnidades disponía el Pontifical. Por último, Su Ilustrísima besó el Evangelio y dio por finalizada la función.
La campana que mira a la capilla mayor de dicha iglesia, o a las “Cuatro Calles”, se consagró y dedicó a Santa María, titular de la Iglesia. La campana mayor que mira a la plaza o poniente, fue dedicada a honra del glorioso San Andrés Apóstol, patrono de la villa, y la campana que mira a la parte de la iglesia de San Andrés, “entre solano y abrigo”, se dedicó y consagró a honra del apóstol San Pedro, a la gloriosa Santa Teresa de Jesús, advocación del cura titular, y a la del apóstol San Bartolomé, por ser en su día dicha consagración.
La cuarta campana parece proceder de la desaparecida iglesia de San Andrés, por lo que debió colocarse a mediados del siglo XIX. En ese tiempo la economía no permitía gastar en un yugo de madera que igualara a las demás y la colocaron en un simple madero incrustado en los muros. Esta campana es más pequeña que las demás y en tiempos se utilizó para dar “la señal” o avisar a la feligresía del comienzo de los actos litúrgicos.
F.-Jesús Arroyo López.
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