NIÑOS
DE LA TIERRA.
A principios
de la edad moderna se vivió un periodo, especialmente, duro para tantos niños
que sufrieron el abandono por parte de sus padres en toda España,
principalmente, a lo largo de los siglos XVI al XVIII, en los que Casarrubios
del Monte no fue ajeno a ello, llegando a recibir cerca de cuatrocientos niños
de padres desconocidos a los que la sociedad les denominaría como “niños de la
tierra”, “niños de la piedra”, y “expósitos”.
Difícil
época para muchas familias obligadas al abandono de sus hijos recién nacidos
motivado, principalmente, por la falta de recursos económicos con que alimentarlos,
unido a que muchos eran fruto de relaciones ilícitas, engaños y violaciones, y las
vidas de estos infelices parecían no importar. En el mejor de los casos, los
niños eran entregados a instituciones o familias que quisieran hacerse cargo de
ellos. Criaturas inocentes que siempre llevarían la discriminación de la
sociedad con el apelativo de niños de padres desconocidos, a los que les
esperaba una vida difícil desde su nacimiento que no acababa con superar el abandono
y la mortalidad infantil.
Casarrubios
del Monte, como pueblo grande e importante en la zona, fue objetivo de muchas
familias para el abandono de sus hijos que lo veían como lugar seguro donde
sería acogido con seguridad, según arroja la documentación que, de una forma, o
de otra, empieza hablar de un goteo incesante de niños llegados a nuestro
pueblo a partir de mediados del s. XVI. El primer hallazgo del que se tiene noticias
es de una niña encontrada la fría mañana del 23 de enero de 1542, cuando al ir
a celebrar la primera misa de la mañana en la iglesia de San Andrés, colgada en
una espuerta en las puertas de la iglesia, a la que recogieron y pudieron
bautizar con el nombre de María.
Abandonados
e indefensos, los recién nacidos, eran “echados” aprovechando la oscuridad de
la noche, o poco antes del amanecer, buscando lugares donde pudieran ser localizados
cuanto antes, siendo los más comunes los corrales, calles, la cuesta de Santa
María, como ocurrió el 4 de diciembre de 1583 en que encontraron, aún con vida
a un niño el que, también, consiguieron salvar de la muerte y bautizaron con el
nombre de Andrés. Otros lugares preferidos eran los zaguanes, puertas y
ventanas de las casas principales, como las de palacio y las de algunos clérigos,
y, sobre todo, en las entradas de las iglesias, tanto en sus escaleras, como colgados
dentro de espuertas de esparto. En las puertas de San Andrés se suceden los hallazgos
a primeras horas de la mañana, tras las frías noches invernales de diciembre a
abril. Jacinto fue un niño encontrado el 14 de febrero de 1545 a primeras horas
de la mañana.
Son
curiosas las anotaciones sobre estos niños asegurando “no saber de qué manera
fueron hechos”, hijos de padres desconocidos a los que se les llamaría “niños
de la tierra” o “hijos de la tierra”, siendo este el primer eufemismo con el
que la sociedad y la Iglesia comenzaba a marginar a las inocentes criaturas.
Una
vez construida la iglesia de Santa María, ocurriría otro tanto a sus puertas. Los
había que entre sus ropas traían algún papel escrito indicando si estaban
bautizados, el nombre de la criatura e, incluso, el nombre de los padres, sabiendo
a buen seguro que no serían localizados, aunque tampoco interesaba demasiado.
Siempre habría una familia dispuesta a acogerlos. Así ocurrió con la niña encontrada
al amanecer del día 16 de marzo de 1657 colgando de la puerta del licenciado
Pedro de Castro, cura propio de Casarrubios, con una nota diciendo estar
bautizada y llamarse Ángela. O, la otra, el 18 de noviembre de 1693, que el
licenciado Pedro Ruiz Valtierra, beneficiado de las parroquiales de esta villa,
relata: Bajando desde mi casa hacia la
parte de Santa María de esta dicha villa algo de mañana, vi a la puerta
principal de la iglesia una niña que, al parecer, era recién nacida. En
veintiún días de dicho mes se trajo a la iglesia y la hice los exorcismos de
catecismo y bauticé subcondicione, no obstante, que traía una cédula mal
formada [mal escrita] llamarse
Francisca García de Santa María.
El
convento de San Agustín fue otro lugar preferido para estas fechorías. Una de
ellas, ocurrida el 16 de abril de 1669 también traía una nota en la que decía
estar bautizada y llamarse María Velasco Fuenlabrada.
Una
mañana, cuando los criados del licenciado Montes preparaban los aperos para
marchar al campo, se encontraron en el zaguán un niño al que enseguida pusieron
a salvo y llamaron Pedro. Fue la mañana del 14 de febrero de 1545. El 23 de
agosto de 1671 se encontraron una niña “echada” a la puerta de la ermita de San
Sebastián, bien pudiera tratarse de una criatura traída por el camino Real y la
dejarán nada más llegar al pueblo y desaparecieran enseguida.
Una
vez encontrados, los que conseguían ser hallados con vida después de pasar la
noche a la intemperie y, dependiendo de la gravedad que presentaran, enseguida
se les echaba el agua de bautismo en cualquiera de las casas por peligro de
muerte inminente, se daba parte a la justicia y, si el niño sobrevivía, a los
pocos días era llevados a la iglesia donde se le imponía los Santos Oleos y se
le hacía los exorcismos que marcaba el ritual. Como las cédulas aportadas por
algunos diciendo estar bautizados no eran fiables, a todos se les bautizaba
“subcondicione”, y quedaban registrados con el nombre que decía la nota, en
caso de traer alguna nota, o el del santo del día. Abundando el de Andrés y
María. No consta que ninguno de estos niños fuera llevado a la inclusa después
de su bautismo, pues siempre había familias dispuestas a prohijarles, tuvieran
descendencia, o no, debido a que la mortalidad infantil hacía temer quedarse sin
ella y, siempre que la economía se lo permitía, trataban de adoptar alguno de
estos niños, a los que, casi, siempre se les criaba como un hijo más, aunque no
siempre ocurría así, pero que en cualquiera de los casos llegarían a ser un
casarrubieros más.
A
los “niños de la tierra” se sumaron una cantidad mucho mayor de niños sacados
de la inclusa y traídos a criar a Casarrubios, incluyendo los que llegaban en
extrañas circunstancias y de dudosa procedencia, como el traído a bautizar a
San Andrés por Sebastiana López el 6 de mayo de 1585, diciendo se lo había dado
una comadrona, el traído de Madrid en abril de 1662 sin saber si estaba
bautizado, o la niña traída por María Hernández en agosto de 1621, diciendo se
la habían dado para cuidarla, demostrando un mercadeo y descontrol total de los
niños a los que les denominaría “niños de la piedra” como reminiscencia de
aquel primer lugar público de abandono en Toledo.
NIÑOS
DE LA PIEDRA
El abandono
generalizado por todas partes hizo necesaria la creación de instituciones donde
fueran recogidas estas criaturas, intentando evitar ser abandonados en el
campo, arrojados al peligro de las fieras, ahogados en ríos, arroyos y pozos,
enterrados en muladares, etc. En Toledo se había tomado por costumbre dejarlos junto
a la piedra existente en la catedral, donde cuenta la leyenda que la Virgen
puso sus pies para imponer la casulla a San Ildefonso, de donde comenzaron a
llamar a los niños allí abandonados “de la piedra”. Situación que llevó a
finales del s. XV al cardenal Mendoza, a dejar en sus mandas testamentaria bienes
suficientes para construir un edificio en la ciudad imperial que acogiera y cuidara
de los niños abandonados. El lugar fue llamado Hospital de la Santa Cruz de
niños expósitos de Toledo, acabado de construirse a principios el s. XVI, llegó
a funcionar desde 1514 a 1805 como hospicio de niños abandonados, a los cuales
se les siguió llamando “de la piedra”, nombre que se extrapoló al resto de los
niños de otros hospicios como el de Madrid, lugar masivo de procedencia de la
mayoría delos adoptados por familias casarrubieras que acudían a la capital a
conseguir un niño para cuidar, y que hasta 1647 no aparecería en los documentos
de Casarrubios la palabra “expósito”, junto al fallecimiento de la niña María
Simona el 1 de mayo de 1647, la que criaba Francisca Aguado, viuda de Diego
Criado.
NIÑOS
EXPÓSITOS
Los
niños sacados de estas instituciones siempre lo eran con el fin de ser criados
en el seno de una familia, siendo entregados a las mujeres, cosa rara en aquel
entonces, pero era la madre acogedora la responsable, pudiendo ser devueltos
por esta a la inclusa, quien figuraba a cargo del niño, o de la niña. Este cuidado
era una mera forma de adopción que permitía quedarse con la criatura a su
cuidado, sin olvidar que de mayores aportarían un jornal a la casa, o mano de
obra barata, cosa que hacía aumentar las “adopciones” en una época en la que la
mortalidad infantil se sucedía a diario y amenazaba a las familias.
Había
dos formas de dejar a los niños en la inclusa, abandonados o depositados por aquellos
padres que presentaban documentación para una posible recuperación, pero en
caso de hacerlo debían de pagar la cantidad estipulada por gastos de
manutención y cuidados durante el tiempo que el niño hubiera permanecido en la
institución.
La
documentación consultada no arroja la totalidad de niños llegados a Casarrubios
del Monte, debido a que solo se ha podido consultar parte de ella y, tratándose
de una época en la que no se llevaba un control de población, hace suponer serían
muchísimos más de los contabilizados en el presente documento. Habría que
consultar en profundidad el registro de defunciones, donde, a buen seguro,
aparece gran cantidad de niños de la tierra, de la piedra y expósitos que, llegados
a Casarrubios, fallecieron aquí.
A
pesar de que la mortalidad infantil alcanzó a uno de cada cuatro niños antes de
cumplir el año, muchos morirían antes de alcanzar los diez, viéndose obligados
a enterrar a los niños juntos, como ocurrió con niños de la piedra el 1 de
enero y 20 de octubre de 1646. Muchos otros consiguieron superar esta edad y
aumentar, de alguna manera, la pequeña demografía del pueblo.
El último
caso documentado de estos niños fue el registrado un mes de enero de de 1874. Se
trata de una “niña de la tierra”, encontrada abandonada durante la noche a la entrada del pueblo.
Fausto-Jesús
Arroyo.